Prólogo

“De hombres y mujeres de frontera a empresarios globales”

“LO QUE SE HEREDA DE LOS PADRES HAS DE CONQUISTARLO para poseerlo”, dice una máxima de sabor clásico. Y esa conquista de la propia tradición y su enriquecimiento innovador, a través del esfuerzo y del mérito personal, es lo que se nos cuenta en esta excelente investigación y relato de unas sagas familiares en las que la realidad de las historias concretas de sus hombres y mujeres, de varias generaciones, resulta apasionante. Y se recorre por ello con emoción y empatía, pues su buena escritura nos cuenta al mismo tiempo un trozo importante de la historia común a ambos del Atlántico. La narración histórica de los Jiménez de Cisneros, basada en una paciente y exhaustiva búsqueda en archivos y fuentes contrastadas, y contada por José Ángel Rodríguez, ha sido trascender los acontecimientos y avatares personales para enraizarlos y entrelazarlos íntimamente en distintos momentos de la historia de todos, abarcando tanto el mundo español y europeo como el mundo americano.

Desde la profunda Castilla medieval, en la pequeña villa de Cisneros de Campos, a la formación de unas dinastías familiares de “hombres que vencieron las distancias”, primero en la Península, desplazándose hacia los núcleos urbanos florecientes en los inicios de la modernidad –Murcia, Cartagena, Cádiz-, para luego arriesgarse por la “autopista marítima” que llegó a ser el Atlántico y esparcirse por las islas y continente americano –Cuba, La Española, Trinidad, Cumaná, Caracas-, asistimos a un inteligente despliegue en el que se aúnan y entrelazan la historia general, la de los propios espacios físicos, la de las gentes que por ellos pasan y, desde luego, la de las personas concretas –Luis y su hijo Alonso Ximénez de Cisneros, José Vicente Anastasio, Digo Manuel Plutarco y su valerosa e inteligente mujer María Luisa, Diego Jesús y Albertina, y tantos más hombres y mujeres, intrépidos y lúcidos, de las más de doce generaciones hasta llegar a Gustavo y Patricia-. Generaciones en las que pululan por la historia familiar navegantes, comerciantes, un inquieto doctor “trotamundos” (que se forma ya en los nuevos estudios y técnicas odontológicas en Estados Unidos y que sabe tempranamente de la importancia de la publicidad), hombres de ciencias y letras (ese maravilloso bisabuelo ornitólogo de Patricia), damas venezolanas que no se arredran ante la viudez ni el trabajo para poder dar la mejor educación a sus hijos, hasta llegar a empresarios globales y mecenazgos actuales. Historias concretas e historia general resultan inseparables, complejas y cercanas.

Como inseparables aparecen también ciertos rasgos culturales, que se repiten casi obsesivamente en estas historias de individuos y familias: la importancia prioritaria por la educación, por ejemplo; la iniciativa privada en contextos latinoamericanos a veces no muy proclives a la libertad de comercio… y menos a la individual; el riesgo y la aventura de abrir expectativas y conocer otras tierras, otras costumbres, otras mentalidades; la valoración del mérito personal y la apuesta por su inteligencia y lealtad; la transmisión del esfuerzo y la responsabilidad de cada uno… Y, al tiempo, esos seres humanos que se confrontan con complejos contextos históricos, que van desde la Castilla medieval fronteriza, en la que los hombres libres se acostumbran a defender su asentamiento y sus tierras frente a las incursiones enemigas, pero también a intentar detener el exceso de los poderosos en la guerra de las Comunidades, como embarcarse camino del Nuevo Mundo y crear a su vez nuevos entramados comerciales, financieros, culturales, enriquecidos por un mestizaje de saberes, lenguas y etnias. Ese mestizaje que tanto le gustaba recordar a Carlos Fuentes como característica de nuestro mundo hispánico latinoamericano y como resultado más preciado y singular del choque de dos mundos. En la América del siglo XIX, con una Cuba que, después de la revolución de los cimarrones en Haití, concentra los ingenios azucareros y se convierte en el centro decisivo del poderoso núcleo hispano-cubano de la sacarocracia; en la América de las repúblicas ya independientes y enzarzadas a veces en luchas civiles y en el caudillismo, los Jiménez de Cisneros –como tantas otras familias latinoamericanas- se mueven en busca de estabilidad y trabajo de las islas al continente. Al fin, a principios del siglo XX, vuelven a una Venezuela más estabilizada, después de la década en la isla de Trinidad, en Puerto España, en donde tan inteligentemente había aprovechado la gran mujer que fue doña María Luisa Bermúdez de Castro para proporcionar la mejor educación a sus dos hijos, Diego Jesús y Antonio José: una buena educación clásica, sí, pero una “educación para el trabajo”.

Si los avatares de estos pioneros familiares, estos hombres y mujeres de frontera, nos conmueven en sus historias peninsulares y americanas, en aquellos momentos que les tocó vivir, su plasmación en los actuales descendientes sigue siendo una aventura continuada y exitosa. Desde la vuelta de los Jiménez de Cisneros a Venezuela, el desarrollo urbano de Caracas y el general del país con la riqueza petrolífera, proporciona a estos, y particularmente a Diego, “el Patriarca” futuro aunque sea el hermano menor, las oportunidades para desarrollar sus dotes empresariales. Desde la línea de autobuses “El Expedito” a la franquicia de Pepsi-Cola y al salto a los medios audiovisuales y la Fundación Diego Cisneros (mecenazgo cultural y educativo especialmente), el padre de Gustavo Cisneros deja listo un grupo que, a partir de los años setenta, pasa a ser capitaneado y ampliado espectacularmente por Gustavo, siguiendo siempre la estala familiar de la iniciativa privada, el riesgo inteligente y el éxito junto con el mecenazgo y la responsabilidad social. Su matrimonio con Patricia Phelps –descendiente a su vez de familias anglosajonas de larga data, cuyas historias desde 1630 refuerzan ese carácter pionero que es emblema de la casa, y con una trayectoria de mecenas cultural y artística de primerísima línea en excelencia y generosidad- y sus tres hijos, y en especial Adriana como nuevo CEO de la Organización Cisneros, conforman el núcleo duro de un grupo que, a partir de ese triángulo entre Caracas, Miami y Nueva York, ha convertido la “apuesta global” en una realidad que se extiende por América, Europa y Asia sin olvidar –claro está- España y sus orígenes. Y en cuyos proyectos, fieles a esos orígenes, la educación para el cambio, para la innovación continua, para contribuir a un mundo mejor y más equitativo, para hacer más libres a los seres humanos por la cultura y el arte y los saberes científicos y tecnológicos, figura en el centro de sus preocupaciones.

Desde los pioneros en la América hispana, de estos hombres y mujeres de frontera, hasta las nuevas generaciones actuales representadas en Guillermo, Carolina y Adriana Cisneros, discurre un río de vida, de lucha, de audacia, que tiene mucho que ver, como en algunos momentos de este libro se hace constar, con los perfiles narrativos de la epopeya hispanoamericana y con la realidad de una historia humana siempre abierta, una realidad mestiza en la que formamos solidariamente unas “comunidades de recuerdo”, sin las cuales, como decía Martin Buber, no podríamos vivir.

No estamos sobrados en nuestro mundo iberoamericano de este tipo de historia, tan necesario para comprender no solo de donde venimos sino nuestro propio presente, de cuya percepción más o menos afinada dependerá nuestra acción futura. Son historias de hombres y mujeres que desde el inicio de la aventura americana han ideo dejando huella intemporal en su propio legado y que, desde luego, pueden suponer un estímulo para que otros linajes familiares se animen a investigar y publicar los hechos y biografías de sus antepasados dentro de unos contextos históricos en los que, con el utillaje y mentalidad que les tocó en cada momento, hicieron frente a las vicisitudes de toda vida humana, a las dificultades y altibajos de una realidad en la que el azar y la necesidad conforman, con el propio carácter y las acciones u omisiones de cada cual, el destino final.